Nuestra mayor manifestación de cariño por las almas debe consistir en pedir por ellas, porque el efecto de nuestra oración supera con creces al de cualquier ofrenda material, según la famosa sentencia atribuida a San Agustín:
“Una lágrima por un difunto se evapora. Una flor sobre su tumba se marchita. Una oración por su alma, la recoge Dios“.