La Hora De Nuestra Muerte
De acuerdo a la Iglesia Católica en la hora de la muerte se define nuestro destino final.[2] Nuestras almas o van al cielo [3] o al infierno, [4] donde estaremos por toda la eternidad. Esta realidad puede ser escalofriante y aterradora para muchos. Por lo tanto, son muy pocos los que piensasn en la muerte y todavía son menos los que se preparan.
El Cielo, Nuestro Destino Final
Cuando viajamos por cuestiones de trabajo o vacaciones, no dudamos en tomarnos el tiempo y cuidado de preparar todo lo que vamos a necesitar: dinero, ropa, pasaporte etc. Irónicamente la mayoría de las personas no se toman el tiempo para preparar el viaje que literalmente sera el más importante de toda su vida—el día de su muerte.
Si gracias al Gran Amor y Misericordia que Dios nos tiene, podemos elegir donde pasará la eternidad nuestra alma, [1] ¿No deberíamos elegir el cielo, junto a Dios, como nuestro destino final? Más aún, ¿no deberíamos hacer todo lo posible para estar preparados para nuestra muerte de la cual no sabemos ni el dia ni la hora?
La Última Batalla
En la hora de nuestra muerte se disputa nuestra eternidad. Es la última batalla de nuestra guerra espiritual. [5] Necesitamos estar preparados para pelear con todo.
Referencias
- ^ Catecismo de la Iglesia Católica | El Juicio Particular #1021
La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros. - ^ Catecismo de la Iglesia Católica | El Juicio Particular #1022
Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306).
«A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57). - ^ Catecismo de la Iglesia Católica | El Cielo #1023
Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven «tal cual es» (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
«Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos […] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron […]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte […] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura» (Benedicto XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49). - ^ Catecismo de la Iglesia Católica | El Infierno #1035
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. - ^ Biblia | Efesios 6:11-12
Pónganse toda la armadura de Dios para poder mantenerse firmes contra todas las estrategias del diablo. Pues no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares celestiales.